domingo, 11 de septiembre de 2011

El futuro de la ultima dictadura de Europa

Alexander Lukaschenko también conocido como el último dictador de Europa podría quedar desempleado. Pero no por la reciente crisis financiera que tantos despidos generó. Las recientes afirmaciones del primer ministro ruso Vladimir Putin sobre la posibilidad de una anexión por parte de Rusia de la pequeña y económicamente debilitada vecina Bielorrusia nos dan un indicio.

Durante un campamento juvenil auspiciado por el mismo Kremlin, Putin afirmó que el retorno a la unidad vivida durante la época de la Unión Soviética es “posible, deseable y depende completamente de la voluntad del pueblo de Bielorrusia”. Cabe aclarar que al momento de redactar estas líneas ya existe una importante unión entre ambas naciones, pero es evidente el desbalance entre el poder de ambas. A esto le agregamos un aumento en la tensión a nivel gubernamental en los últimos años.

Luego de la disolución de la URSS, las repúblicas que conformaron la Unión se agruparon bajo la Comunidad de Estados Independientes (CIS por sus siglas en inglés), incluyendo a Bielorrusia. Pero su especial posición geográfica respecto a Rusia siempre fue un factor distintivo de las demás es repúblicas soviéticas. En 1995 se firmo el “Tratado de amistad, buena vecindad y cooperación” entre ambas naciones y el gobierno ruso afirmo la larga historia común entre ambos pueblos.

El proceso de unión avanzo hasta consolidarse con la unión entre la Federación Rusa y Bielorrusia en 1999. El progreso se estanco debido a retrasos por parte de Bielorrusia en la implementación de políticas monetarias.

Pero al llegar Putin al poder a inicios del nuevo milenio, expreso su disconformidad con el estado de la unión y propuso más bien una integración al estilo federación o una unión al estilo Unión Europea. Con esto se mantuvo el status quo y se dio el puntapié inicial a una serie de disputas políticas y económicas entre el gobierno de Lukashenko y Rusia.

Algunos ejemplos son la disputa del gas en el 2004 y tema del reconocimiento internacional Abkhazia y Ossetia del Sur en el 2009.

Lukaschenko acuso a Moscú de querer comprar el reconocimiento bielorruso a estas provincias en disputa. Meses más tarde el mismo jefe de estado afirmaría que su país es “un escudo humanos de 10 millones de personas para Rusia”. Esto comenzó a minar definitivamente la confianza mutua entre ambos gobiernos. El clímax de tensión se alcanzo cuando durante una entrevista Lukaschenko cuestionó la necesidad de las relaciones diplomáticas entre ambos países por disputas económicas.

Claro, para que avance esta unión o anexión por parte de Rusia de Bielorrusia es necesaria la aprobación del gobierno del país del este. Pero la tensa relación no es solo entre el partido de Lukaschenko (fuerte defensor de la soberanía nacional) y su vecino ruso, sino que el presidente bielorruso es seriamente cuestionado por su propio pueblo (que apoyaría en importantes cifras la anexión a Rusia como solución a la grave crisis económica y social que sufre y los vínculos históricos entre ambos pueblos).

Alexander Lukaschenko lleva 17 años continuos en el poder supremo de la ex república soviética. Sobrevivió cuatro elecciones y se mantendría en el poder hasta 2016 si es que no se vuelve a presentar en los comicios de dicho año. La última elección (en el 2010), en la cual se impuso ampliamente, fue acusada de fraudulenta por diversos veedores internacionales como la Unión Europea y las Naciones Unidas ( y eso que no mencionamos todos los partidos opositores). La situación social y económica del país es deplorable y existen fuertes acusaciones de violaciones a los derechos humanos.

El pueblo bielorruso entonces ve la unión definitiva como una salida a la autocracia de Lukaschenko y sus penurias económicas. Rusia por otra parte generaría con la anexión del pequeño estado de Europa del Este una importante demostración de fuerza, revirtiendo en cierta medida el aumento de la influencia de la OTAN en la zona y se haría acreedor de importantes sectores industriales vinculados al gas y al petróleo. Entre otras cosas podría profundizar aún más el control sobre gas- y oleoductos que abastecen a Europa occidental y esto representaría una importante herramienta de poder y negociación a nivel internacional. Rusia pretende volver lo que supo ser.

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