Desde su invención en la década de
los ’40, la bomba atómica realmente ha modificado el concepto de seguridad
internacional. Tal es así que durante las décadas que duró la guerra fría, las políticas
de defensa de las dos potencias del momento giraban en torno a su capacidad
nuclear. Palabras como “first strike”
y “retaliation” eran comunes dentro
de las cúpulas militares soviéticas y norteamericanas. La guerra convencional había
quedado en un segundo plano.
Ese bipolarismo llevó a que se
formaran las denominada “proxy wars”,
básicamente guerras de alcance local donde las superpotencias apoyaban a bandos antagonistas. Vietnam, Corea y
Afganistán son claros ejemplos. En muchos casos no se llegó a un conflicto
abierto y declarado, como el caso de la India y Pakistán, donde sus respectivos
mentores occidentales los proveyeron con la capacidad de producir armas
nucleares. Hasta el día de hoy este es uno de los temas calientes dentro de la agenda
global.
El equilibrio generado por la
capacidad nuclear entre dos estados es un hecho.
Para agosto de 2012 solo cuatro
naciones no son parte del Tratado de No Proliferación Nuclear: Pakistán, India,
Corea del Norte Israel. Los primeros dos nunca adhirieron por razones históricas
y de seguridad reciproca, Corea del Norte se retiró del Tratado e Israel, nunca
lo firmó.
Pero a diferencia de la situación relativamente
clara entre Pakistán y la India, el estado judío nunca admitió ni rechazó la posesión
de armamento nuclear en forma oficial. Sin embargo, diversos informes de
inteligencia indican que cuenta con capacidad nuclear y con algunos centenares
de ojivas nucleares. Dentro de los diagramas actuales, se lo considera potencia
nuclear.
Siempre conservando el secretismo,
el Estado de Israel comenzó con su programa en los años ’50 y evidentemente lo
fue desarrollando hasta ser el único estado con capacidad nuclear de la zona de
Medio Oriente.
Esta situación se vuelve
extremadamente tensa si la insertamos en el contexto regional, donde la mayoría
de sus vecinos árabes desean la desaparición de lo que ellos consideran un
Estado usurpador. En varias ocasiones se llegó a la guerra, en 1948, 1967, 1973
y 2006 entre otros. Esto solo incremento el resentimiento mutuo.
Ambos lados incumplieron
resoluciones de las Naciones Unidas y fueron responsables de interrupciones de
procesos de paz. Mientras que Jordania y Egipto, luego de décadas de enemistad,
aceptaron reconocer al Estado judío. Pero los demás vecinos no. Efectivamente
en la actualidad Israel no hace mucho para revertir esta situación: ignora las
resoluciones de la ONU respecto a la colonización del territorio palestino
asignado por la delimitación del ’48, bloquea (por razones de seguridad) la
franja de Gaza y ocupa territorios arrebatados a otros Estados.
Pero el clímax del asunto, volviendo
a nuestro tema, es la potencial capacidad nuclear que está desarrollando Irán,
otro de sus enemigos declarados.
Desde la perspectiva del realismo político,
la actitud de Israel de buscar evitar a toda costa el desarrollo de dicha
capacidad está totalmente justificada. Tel Aviv busca asegurar la supervivencia
del estado, tal como dice la teoría. Queda claro que un país del tamaño de
Israel no puede darse el lujo de tener un oponente con armamento nuclear
(Teherán dice que es con fines pacíficos). El problema está en los métodos para
evitar esto. ¿Con que autoridad busca Israel desarmar el programa nuclear
iraní, si ellos mismos no admiten oficialmente poseer ojivas nucleares?
Irán tampoco es, en los ojos de la
comunidad internacional, un santo. Desde la revolución del ’79 y su ruptura con
EE.UU, se ha vuelto un estado fundamentalista y teocrático. Para los estándares
de occidente las libertades básicas son vulneradas y sus alianzas
internacionales (Corea del Norte, Venezuela, Siria etc.) no hacen más que
ahondar la desconfianza en un Irán nuclear.
Está claro que Israel va a hacer
todo lo posible para evitar que se cumpla esto. Ya en el pasado ha recurrido a
la violencia, ignorando toda premisa del Derecho Internacional, destruyendo
infraestructura destinada al desarrollo nuclear en otros países árabes (Iraq a
principios de los ’80, donde murieron civiles iraquíes y extranjeros). Dichas
acciones fueron condenadas por la ONU, pero Israel no se preocupó en acatar las
medidas y siguió actuando. En los últimos años murieron por ejemplo, en
circunstancias sospechosas, cinco científicos iraníes que trabajaban en el
programa nuclear. Se sospecha que la Mossad estuvo involucrada.
Esto constituye otro acto de hipocresía.
Un Estado que debe su existencia moderna
a un organismo multilateral como la ONU, se escuda detrás de su nombre
para las resoluciones que lo favorecen pero por otro lado ignora las
advertencias, condenas y sanciones.
En las últimas horas, varios funcionarios
israelíes declararon estar listos para dar un nuevo golpe contra el programa
iraní. Esta vez ante la vista de todos mediante las FF.AA, atacando centrales nucleares. Buscarían ampararse
en el derecho al “ataque preventivo”,
un controvertido concepto del Derecho Internacional, que ya les costó el
rechazo global en 1967. Lo único que estaría impidiendo que esto se haga
realidad sería el costo político internacional (dentro de una ecuación
costo-beneficio).
Está claro que Irán, ni por poco, es
capaz de brindar seguridades sobre su programa y confianza en su palabra de que
es para fines pacíficos. En este caso queda a disposición de la comunidad internacional encontrar un
consenso y actuar. Por otro lado es evidente también que Israel no va dejar su
destino en manos de otros, esos otros que otrora le forjaron su estado moderno.
¿Seguirá Israel con su tradición de ignorar medidas que le sean contrarias?
Al
fin y al cabo la pregunta final sería: ¿Por qué Israel, un estado agresor en más
de una guerra, tiene derecho a poseer capacidad nuclear e Irán no?